Un empedernido pecador le dijo a un predicador: "¡Ay, Pastor, cómo me gustaría que usted fuera San Pedro y tuviera las llaves del cielo, pues sin duda me abriría las puertas para que yo pueda entrar.
A lo que el predicador respondió: "Por mi honor y mi conciencia hubiera sido mejor tener las llaves del otro lugar, porque así lo podría dejar salir."
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