El precio de la Exageración


El precio de las Exageraciones

Un predicador, llega al templo antes que todos los feligreses. Dentro del mismo se topa con el conserje que está barriendo.

Hermano, ¡Dios le bendiga!, esta noche necesito que me ayude con el sermón. 
¿Como le puedo ser útil, pastor? - le responde el hermanito. 

 
Fíjese, en ocasiones me emociono mucho en mis mensajes y tiendo a exagerar un poco. 
Cuando esto suceda, usted tirará de esta cuerda. Está atada a un alfiler debajo de mi saco, cuando el alfiler me pinche sabré cuando me pase de la raya. 

 
Eso es fácil, no se preocupe hermano, cuente conmigo. 
Llega el momento y el predicador sube, lee en el libro de Génesis y comienza. 
¡Hermanos! . . . en este pasaje que leimos . . . hay muchos detalles importantes . . . Pero por el momento quisiera destacar, hermanos, la serpiente . . . 

 
¡Qué serpientota! . . . hermanos . . . ¡ ¡ ¡ Era realmente un culebrón ! ! ! Esa serpiente, hermanos, medía chorromilcocchorrocientos kilómetros de largo ! ! ! 
(El hermano desde el primer asiento tira discretamente de la cuerda). 
¡Ay! ¡¡Ay!! No, hermanos, ¡Excúsenme! ¡Era una serpiente . . . como cualquier otra! 

 
Pero hermanos . . . ese árbol . . . el árbol que estaba en medio del huerto . . . ¡Qué 
tronco de árbol! ¡Qué arbolazo! A ese árbol, hermanos, le cruzaban las nubes por entre las ramas y su sombra cubría casi la mitad del planeta ! ! ! 
(Desde abajo el hermano tira otra vez de la cuerda). 

 
¡Ay! ¡Ay! . . . Hermanos, La verdad es que no era así tan grandote, era sólo como una árbol común y corriente. 
¡Pero esa manzana! . . . ¡Qué manzanota! . . . esa frutota jugosota, codiciable, . . . pesaba por lo menos 50 libras. Era roja . . . ¡Rojísima! Más roja que la sangre misma. ¡Parecía como si le hubieran dado una mano de pintura escarlata! 

 
(Nuevamente el hermano del primer asiento tira de la cuerda). 
¡¡Waaauu!! Disculpen hermanos, mejor imaginémonos la manzana un poco más pequeña, como una de esas cualquiera que compramos en el supermercado. 

 
Y así sigue el predicador embarcado en el arca de las exageraciones recorriendo todos los libros de la biblia. Algunos en la congregación ya estaban cabeceándose rendidos del cansancio, otros se estaban durmiendo . . . incluso el hermanito que tiraba de la cuerda. 

 
Mis amados, prosiguió, cuando José de Arimatea ayudó al Señor con la cruz . . . Con esa cruz . . . con esa crucesota . . . con esa cruz gigantesca . . . la más pesada, la más gruesa . . . la más. . . la más . . . la más . . . 
Pero el hermanito que tenia la cuerda se había quedado profundamente dormido. Tan dormido estaba, que había empezado a deslizarse del banco inconscientemente tensando más la cuerda. 
¡ ¡ Hermanos ! ! Era una cruz que ni Goliat podía con ella, era . . . 

 
(El hermano sigue resbalándose y ahora el alfiler pincha al predicador con más ahínco). 
¡Ay hermanos! . . . ¡WWWaaaauuu! . . . Déjenme rectificarles que la cruz no era tan grande como la he pintado, era sólo una cruz de tamaño regular. 

 
Pero ahora la tensa cuerda hace peor su efecto desgarrador en el cuerpo del predicador. 
! ! ! Vuelvo a rectificar, hermanos ! ! ! . . . Esa cruz no era más que un . . . ¡Ayyyy!! . . . un palo de escoba cualquiera . . . ¡ ¡ ¡ No pesaba casi nada, hermanos ! ! ! . . . 

 
A estas alturas, el hermano de la cuerda está casi acostado largo a largo en el piso. 
Desgarrado por el dolor, el predicador se quita el saco, se baja del púlpito y puesto de rodillas clama en alta voz: 
¡Por mi madresita santísima, hermanos! ¡Era sólo un palito de fósforo en una oreja lo que Jose de Arimatea llevaba! . . . ¡Créanme! ¡Ahora sí que no estoy exagerando!


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